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El milagro de San Antonio en la peste

En el primer tercio del siglo XV el único convento femenino que había en Murcia era el de santa Clara (las Claras) el segundo fue el convento de San Antonio de Padua.

En 1648, la ciudad de Murcia sufrió una de las más severas epidemias de peste de las que se tienen noticia.  


La situación llegó a ser dramática, cifrándose el número total de víctimas entre las 50.000 y 60.000. El Cabildo eclesiástico y regular acordó hacer todo tipo de penitencias y rogativas a Dios para que les librara de semejante mal. Y de esta forma fue como un grupo de caballeros decidió el día de la víspera de San Antonio, sacar en procesión al santo de Padua tras proponerlo al Corregidor y ser aprobado por el Concejo y el Cabildo Eclesiástico. 

Al día siguiente, 13 de junio, una muchedumbre enfervorizada se arremolinó frente a la iglesia de San Antonio  y sacó en procesión una pequeña talla del Santo de Padua, esta recorrió como pudo las principales calles de la ciudad. Los murcianos vivieron estos hechos con gratitud pues a partir de aquel día las muertes remitieron drásticamente hasta su total desaparición. En recuerdo de aquel glorioso día y en agradecimiento perpetuo a San Antonio, el Cabildo hizo promesa solemne de asistir todos los años a la función religiosa en su iglesia el día de su onomástica, costumbre que ha perdurado hasta nuestros días.

Sin duda, la época más convulsa por el que atravesó el monasterio es la centuria comprendida entre 1835 y 1939.


El siglo XIX estuvo marcado por continuas crisis económicas, políticas y sociales, a las que el convento de San Antonio no pudo escapar.   

En 1869, los mismos revolucionarios que depusieron a Isabel II, firmaron la supresión del convento de San Antonio y ordenaron su desalojo, orden que finalmente no se cumplió por haberlo impedido en esta ocasión el pueblo que se concentró a sus puertas.   

En el siglo XX, con la llegada de la II República el 12 de mayo de 1931, las religiosas abandonaron precipitadamente su casa utilizando la puerta trasera del convento y refugiándose unos días en casa de sus familiares, no volviendo hasta el 24 del mismo mes.   

En 1934 la situación estaba lejos de mejorar, de modo que ante un clima cada vez más caldeado, decidieron de común acuerdo, aprovechar sus salidas del claustro, para ir poniendo a buen recaudo cuantas cosas de valor pudieran sacar, escondiéndolas en el edificio que posteriormente albergó la sede de Educación y Descanso.   

Dos años después, en julio de 1936 estalló la Guerra Civil.  


Tras una larga noche en vela esperando de un momento a otro el asalto de su Convento decidieron prudentemente abandonar nuevamente su hogar a primera hora de la mañana marchando la mayoría a casa de sus familiares y otras en casas de familias que las acogieron, donde permanecieron hasta el fin de la guerra.

De 1936 a 1939, el convento fue asaltado y profanado convirtiendo la hermosa iglesia en un simple almacén para víveres y ropa. Los daños que sufrió el convento durante estos años aciagos fueron irreparables destruyendo prácticamente todo incluso el archivo documental que fue pasto de las llamas.   

Las dependencias monacales fueron destinadas a viviendas para refugiados que las dejaron sumamente deterioradas. En 1939 las hermanas recuperaron su convento. Desde ese día se esforzaron por hacerlo habitable.